miércoles, 5 de diciembre de 2007

Tener un hijo sabio...


Dicen que l@s niñ@s de hoy en día vienen más avispados que los de antes... Pero cuando tu hijo de casi siete años demuestra más sabiduría y más madurez emocional que muchos adultos que conoces, como me ha pasado ya varias veces, te hace desear que en la vida esto le haga bien... Porque a veces la vida se pasa mejor si te pareces más a los demás, en lugar de andar por ahí siendo diferente. Lo sé por experiencia propia.

Ayer lo vi almorzando en la escuela, sentado sólo... En medio y separado de dos grupos distintos de sus compañeros y compañeras de clase. Con razón no le da tiempo de almorzar, está ahí, meditabundo, y escuchando las conversaciones de los demás. Tuve unas inmensas ganas de llorar.

Mi hijo precioso, con su luz y su energía especiales, acostumbrado a ser un imán de gente, acostumbrado a pasar mucho tiempo de su vida con personas de su edad, conversando, jugando, acostumbrado a que a la hora del recreo había vari@s amig@s esperándole en la puerta del aula, acostumbrado a tener que decidir con quién jugar porque no podía con tod@s al mismo tiempo... Ahora es excluido por niños y niñas que no saben que el idioma no es una barrera para poder jugar.

Pero no hay nada que yo pueda hacer. Es una experiencia que debe vivir y no puedo protegerlo. Pasará otras veces en la vida... Está conociendo el otro lado de la moneda... El lado de no pertenecer. Me duele en el alma que no tenga su círculo de amigos acá, que no tenga su agenda propia como la tenía antes, porque ahora que venga su hermano-hermana, no tendrá personas de su misma edad con quienes desahogar sus frustraciones, sus alegrías, sus descubrimientos, sus indignaciones por la falta de atención, y la magia de ser el hermano mayor. Estará acá, encerrado en un apartamento, en un invierno oscuro, con unos padres demasiado cansados para tenerle paciencia, unos padres que ya no recuerdan cómo fue tener 7 años.

Es duro tener hijos. Punto. Es duro tener hijos sabios. Pero también debe ser duro tener hijos terremoto que no paran ni un segundo para pensar antes de actuar. En ambos casos se requiere de una lucidez y una madurez que no siempre están al alcance de la mano en el momento justo y preciso... la lucidez de entender quién es el adulto de la relación, por ejemplo, con las responsabilidades que eso implica.

Hoy nos enojamos los dos. Él se fue a su cuarto a pensar, sin que nadie se lo pidiera. Yo sentía que yo había reaccionado mal, pero también que él no había actuado bien. No sé por qué, pero hoy no tuve las energías para ir a hablar con él antes de que él se me acercara a mí, como lo hago normalmente (una responsabilidad de adulta: se supone que tengo más experiencia que mi hijo para saber buscar la mejor manera de resolver conflictos). Me explicó que no entendía por qué se había enojado por una cosa tan tonta, ni por qué había actuado como lo hizo. Le parecía que estaba mal lo que había hecho. Yo le expliqué lo mal que me sentía también, y que una mamá tampoco debía reaccionar como yo lo había hecho. Lo conversamos, nos pedimos perdón. Nos abrazamos y él dijo que por lo menos se daba cuenta cuando reaccionaba mal, o cuando no tenía paciencia (ya son varias veces que él solo admite cuando esto le pasa). Yo le dije que estaba muy orgullosa de él por aceptar cuando cometía un error, le repetí cuánto lo amaba y lo especial que era.

"Igual me siento muy mal por lo que hice... me sigo sintiendo muy triste", entre lágrimas. Le dije "ya pasó, ya no se preocupe por eso, porque ya lo conversamos y como nos queremos mucho estas cosas las podemos resolver conversando". Y entonces él me contó una historia de un libro Zen que le he leído sólo una vez. Pero él recordaba claramente la idea de "dejar ir" lo que ya pasó, no cargar más con las cosas que ya pasaron.

Cuando terminó de contarla, me dijo: "creo que estoy más contento ya, creo que esa historia nos ayudó a sentirnos mejor, verdad?" y me dio un gran abrazo.